miércoles, 27 de marzo de 2013

La amante cadáver (fanfic de Ted Bundy)


Desperté, abriendo los ojos muy lentamente. Sentí un ligero peso sobre mi pectoral izquierdo. Miré hacia allí y descubrí a una mujer. Ahora me acuerdo. Ayer estuve de bares por Aspen, mientras me escondía de la policía, después de fugarme tras las acusaciones de violación y asesinato de no sé cuántas chicas ya. Conocí a una muchacha de pelo largo y negro. ¡Dios, cómo se parecía a mi Stephanie! 

Debimos de estar bebiendo hasta acabar desnudos en un motel. Mientras yo la miraba sin atreverme a hacer ningún movimiento para que no se despertara, la observé.

Tenía unas bonitas curvas, y las sábanas permitían ver unos senos prietos, pero bien colocados. Ella tenía un tono de piel normal tirando al del café con leche. No era alta, pero claro, a mí todas las chicas me parecen bajitas por mi altura. Lo único que lamentaba era que no fuese más blanca... Quizá como un cadáver... No estaría mal.

Me moví lentamente y me levanté, intentando no molestarla a ella, y apoyé mis pies en el suelo. El tobillo derecho me dolía por la caída que tuve al saltar desde la ventana de la biblioteca del juzgado. Tenía que buscar algo para... hacerla a ella más atractiva.

Se despertó y gruñó somnolienta:

-¿A dónde vas, Ted?

-A afeitarme, guapetona. Menudas pintas llevo, parezco un mendigo. Sigue durmiendo, ayer bailaste mucho... O eso recuerdo.

Mientras ella volvía a dormir, empecé a andar hacia el cuarto de baño con algo de esfuerzo debido a mi lesión. Una vez allí busqué, hasta darme cuenta de que una tubería pasaba por el techo, en la pared de la bañera. Logré arrancar una sección suficientemente grande para mi idea..

Salí del baño con mi improvisado bate escondido tras la espalda. Ignoraba mi desnudez. Me puse de pie al lado de ella, con la tubería en alto. De repente, ella se despertó y se giró para mirarme, con sus ojos verdes. Se quedó muda, pero sentía su terror, el mismo que le paralizaba. Disfrutaba sobremanera ese momento. Le sonreí y empecé a golpearle en la cabeza. 

Gotas de sangre saltaban y empapaban mi cuerpo desnudo, disfrutaba como un salvaje con sus gritos de dolor hasta que al final calló para siempre. Me tumbé a su lado y sonreí. Ahora, bañada en sangre, pálida y con el rigor mortis del terror en su rostro, me excitaba aún más.

 

Imagen

domingo, 10 de marzo de 2013

El mejor amigo

Te daban igual las húmedas y frías noches del invierno levantino, mientras intentabas saltar por la verja del jardín del que eras sultán en el centro de Valencia.

Desde que tu amo falleció, sentías que ése no era tu sitio, si no que preferías ir al Cementerio General a velar su tumba, algo que tu canino pensamiento te marcaba como un deber.

Cuando recorrías la ciudad cubierto por el manto de Nut, recordabas cómo había sucedido todo.

Un día lluvioso dejaste de recibir las caricias en la cabeza que te prodigaba tu mejor amigo, que se podrían traducir como un”¡Bon día, Jordi!”, y le viste partir en un ataúd de madera, Viste cómo le subían a un carro tirado por ocho caballos (“Cuan més diners, més animals” dicen por tu tierra, y tu amo era persona de dineros), seguido por más humanos con gesto compungido y todos vestidos de negro. Saliste corriendo tras los carros, pero un lacayo se dio cuenta y cerró la verja.
Te quedaste aullando como despedida y llorando de dolor.

Volvamos al presente. Llegaste al cementerio a tiempo para colarte por la puerta sin que los guardias te vieran, y fuiste derecho a la tumba de tu amo. Ya te sabías a la perfección el camino.
Te dolía el hecho de que un monumento de piedra te separara de tu amo. Ya no le podías dar lametones somo cuando jugabais en el jardín.

Te echaste sobre las escaleras del panteón, y miraste a las estrellas.

Algo te decía que sería tu última noche en ese sitio, cuidando a tu amo... Te pareció oír su voz llamándote “¡Jordi, Jordi...!”. Tenías somnolencia, y apoyaste la cabeza en uno de los escalones, sin saber que ibas al sueño infinito de la eternidad para volver a verle.



20130310-152600.jpg

martes, 5 de marzo de 2013

Peter

Perdiste el miedo a aquel frío y alambrado muro, siempre vigilado por soldados armados. Lo observabas junto con tu amigo, con el que habías tramado un plan para saltarlo para volar a la libertad, desde una carpintería cercana a una sección de un muro paralelo que estaban construyendo.

Ambos “espiábais” al soldado que vigilaba ese tramo, joven como vosotros, quizá sólo un mandado de alguien más poderoso, que tampoco sabía que iba a entrar en la Historia.

Cuando él dio la espalda al punto por el que planeábais pasar, os levantasteis corriendo y conseguisteis saltar el muro en construcción, pero cuando ibas a escalar el siguiente tras tu amigo, el soldado se giró y te vio.

Su puntería no fue muy certera, pues te dio en la pelvis, lo que te hizo caer al lado contrario de una manera que para nada hubieses deseado.

Diste con tu espalda en el suelo y empezaste a llorar, sintiendo cada punzada de dolor intensamente y cómo tu vida se escapaba en esas alas sangrientas que se dibujaban en el asfalto.

Te quejabas y gritabas, mientras ni soldados del lado occidental ni los habitantes hacían nada por ayudarte. Les mirabas con rostro suplicante, y nada. Al cabo de una hora volaste hacia la libertad. Uno de los militares que te negaron su auxilio te cogía en brazos y te llevaba de vuelta al este del muro, y en su rostro se leía un cargo de conciencia, mientras que de fondo se oía a los habitantes gritar “¡Asesinos, asesinos!”

Un-Soldado-lleva-en-brazos-el-cuerpo-de-Peter-Fechter-Wikimedia-commons

 

domingo, 3 de marzo de 2013

El condenado

Imagen

Yoshua miraba absorto al techo. Su pintura blanca mezclada con las luces le dañaban los ojos, de color miel. Pero nada le incordiaba más que las cinchas que le mantenían atado a la camilla de la cámara de la muerte. Tenían un tacto parecido al de los cinturones de seguridad de los coches.

No le molestaban mucho en las piernas, vestidas con unos vaqueros nuevos que un guardia de San Quentin le había llevado a la celda donde todos los que habían pasado el trance por el que él iba a pasar dentro de poco, ni en el pecho, cubierto por una camiseta que le habían dado junto con los vaqueros.

Le molestaban más en los brazos, quizá porque también tenía en cada uno de ellos una aguja conectada a una vía que salía por un orificio de la pared que estaba tras la cabeza de Yoshua y que llevaba a la sala donde en ese momento debían de estar las drogas que le mandarían de una patada junto con ese Dios al que de pequeño le habían enseñado a creer.

Aunque estaba algo idiotizado por la inyección de morfina que le habían dado antes de sacarle de la celda, llegó a escuchar al alcaide de la cárcel leer la orden de ejecución y preguntarle si tenía unas últimas palabras. Yoshua levantó levemente la cabeza y miró a la ventana que había a su derecha, desde la cual veía a los familiares del policía que se había cargado al intentar detenerle por robar en una gasolinera a las afueras de Sacramento. No se molestó en mirar por la ventana que tenía a su izquierda, pues había pedido expresamente que nadie de su familia le viera morir. Negó con la cabeza.

El alcaide le miró con gesto paternal (siempre era así con todos los presos) y asintió mirando hacia la ventana de la pared que había detrás de la cabeza de Yoshua. Empezó a correr por sus venas la primera de las sustancias, el anestésico que haría que todo fuera más llevadero.

Yoshua empezó a orar para sí:

-El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...

Ya no pudo más. El barbitúrico le había dejado dormido y no se iba a enterar de su partida del mundo de los mortales.

 

(Dedicado a J.R.G.L. "Rixa" por cogerle prestado el nombre, la ayuda prestada con lo de las inyecciones contra la ansiedad y la coreción y porque nunca le había dedicado nada)