domingo, 10 de marzo de 2013

El mejor amigo

Te daban igual las húmedas y frías noches del invierno levantino, mientras intentabas saltar por la verja del jardín del que eras sultán en el centro de Valencia.

Desde que tu amo falleció, sentías que ése no era tu sitio, si no que preferías ir al Cementerio General a velar su tumba, algo que tu canino pensamiento te marcaba como un deber.

Cuando recorrías la ciudad cubierto por el manto de Nut, recordabas cómo había sucedido todo.

Un día lluvioso dejaste de recibir las caricias en la cabeza que te prodigaba tu mejor amigo, que se podrían traducir como un”¡Bon día, Jordi!”, y le viste partir en un ataúd de madera, Viste cómo le subían a un carro tirado por ocho caballos (“Cuan més diners, més animals” dicen por tu tierra, y tu amo era persona de dineros), seguido por más humanos con gesto compungido y todos vestidos de negro. Saliste corriendo tras los carros, pero un lacayo se dio cuenta y cerró la verja.
Te quedaste aullando como despedida y llorando de dolor.

Volvamos al presente. Llegaste al cementerio a tiempo para colarte por la puerta sin que los guardias te vieran, y fuiste derecho a la tumba de tu amo. Ya te sabías a la perfección el camino.
Te dolía el hecho de que un monumento de piedra te separara de tu amo. Ya no le podías dar lametones somo cuando jugabais en el jardín.

Te echaste sobre las escaleras del panteón, y miraste a las estrellas.

Algo te decía que sería tu última noche en ese sitio, cuidando a tu amo... Te pareció oír su voz llamándote “¡Jordi, Jordi...!”. Tenías somnolencia, y apoyaste la cabeza en uno de los escalones, sin saber que ibas al sueño infinito de la eternidad para volver a verle.



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