sábado, 20 de abril de 2013

Noelia

Ella siempre camina por la playa de la Malvarrosa. Gusta de llevar vestidos de falda larga, pero frescos, los pies descalzos y una preciosa melena rizada y castaña que llega hasta su cintura, con algún mechón rozando con su punta los glúteos.

Cuando se sienta en algún banco para disfrutar de la brisa marina, suele observar el mar con sus hermosos ojos grises y permite que el viento acaricie su cabello.

Todo en ella me traía loco, incluida su expresión alegre pero callada.

Desconocía su voz, pero simplemente con verla me había enamorado locamente.

En mis noches de insomnio, soñaba que estaba en la playa, solo, son el sonido de las olas como fondo. Rompía el momento con un inmenso grito, su nombre, escrito en una de las cinchas de su mochila : ¡NOELIA!. 

martes, 16 de abril de 2013

El parque

El calor me atolondraba, así que decidí refugiarme en el fresco abrazo de una sombra, acompañada por una botella de yogur líquido.

Hallé un banco en el parque de la plaza Mansuetos, pegado al antiguo matadero (reconvertido en escuela de música).

Intentaba no pensar en los veintiséis grados que marcaba el termómetro de una farmacia cercana, mientras el aire fresco me arrullaba.

Demasiado calor para esta época del año en Teruel. Además, casi no ha llovido.
He de levantarme para volver a casa, pero mi cuerpo se niega a abandonar este placentero lugar. Me falta echarme a dormir.

martes, 2 de abril de 2013

Bloody Milwaukee (fanfic de Jeffrey Dahmer)

El frío cadáver del muchacho yacía en mi cama, con las extremidades estiradas cual estrella, con la marca del taladro que le había atravesado la sien aún fresca y con sangre correteando. Su rostro dejaba ver que tenía los ojos muy abiertos, congelados en una última mirada de terror y dolor absoluto y con la boca muy abierta, en ese mudo grito que sólo pueden dar los muertos.

Yo observaba desde el umbral de la puerta de mi cuarto, con los pantalones, el pecho (iba descamisado) y mi pelo rubio, ensangrentados. Me había quitado las gafas para no manchármelas en la tarea.

No pude evitar sonreír ante mi obra de arte. Me encantaba... me excitaba aquel cuerpo muerto en mi cama.

Me senté al lado de aquel cuerpo, y después me incliné para que mi figura (bastante larga, la última vez que me medí llegaba hasta el 1,85) sobre él, para hablarle al oído.

-¿Te llamabas Joseph, verdad? Me presentaré. Soy Jeff y voy a hacer que nunca olvides esta noche. De hecho, no querrás salir nunca de mi casa. Joseph, quiero que sepas que te amo y que nunca te dejaré partir. - le dije lenta y sensualmente.

Empecé a besarle el cuello, lentamente pero de un modo intenso, mientras le acariciaba el pecho. Me agradaba esa rigidez, el disfrutar forzando al dueño de aquella carne a satisfacer mis desesos carnales, para luego acabar con su vida con la penetración del taladro en su cráneo.

Empezaba a perderme en mis pensamientos cuando caí en que debía esconder aquel cadáver para disfrutarlo después.

Me levanté a buscar un hacha. Quizá en la nevera...

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La Estación del Norte

Apoyada en una de las vigas de la estación, vestida con unos sencillos vaqueros y una chaqueta negra con rayas rojas y blancas en los costados, observo el ir y venir de los trenes y el corretear de las maletas, a la vez que oigo las voces de los viajeros y de la megafoníabajo el gran arco verde, a través del cual pasan algunos rayos del Sol que molestan un poco a mis ojos marrones mientras devoro una bolsa de doritos.

Las majestuosas locomotoras que están de paso en la estación, me recuerdan a mis tiempos de chiquilla cuando mi padre, aficionado a los ferrocarriles, me llevaba de excursión a Gandía o Cullera, y si ese día había ganas, a Alcoy. Quizá sea por su culpa por la que, cuando subo a un cercanías, cumplo un silencioso ritual con el tren, como si saludara a mi "yo niña", la que reside en mi mente.


Pero hoy no estoy aquí para subir en ningún tren, sólo he venido a mirar y perderme. Mientras observo a los lejos, mi mente recrea como si viese en una película en blanco y negro el momento en el que el cadáver del genial Sorolla llegó desde Madrid para recibir honores fúnebres en su ciudad natal, historia que me han relatado tantas veces que soy capaz de idealizarla casi sin fallos.


Algún empleado me mira extrañado por no llevar maleta, pero enseguida aparta la mirada, quizá al percatarse de que no soy peligrosa, que sólo estoy allí para deleitar mi vista. No conozco los modelos de los trenes que allí esperan su salida, pero parte de mi infancia reside en esos andenes.


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