viernes, 17 de octubre de 2014

El pecado de Ruth

Ahora recuerdas cómo has acabado ahí, sentada en la celda de las condenadas a muerte en Holloway, acompañada por una botella de brandy, tu último desayuno, mientras crees oír voces a las afueras que claman porque no mueras.

<<Celos. Eso era lo único que había en tu mente cuando fuiste al Magdala a hablar con aquel hombre con el que habías tenido dos años de noches de pasión y alcohol. No se os podía llamar "pareja" pues vuestra idea de fidelidad era algo extraña.>>

Das un sorbo a la botella.

<<Habías llegado a su casa a la vez que su coche arrancaba hacia la taberna, y decidiste seguirlo. Aquello no te gustaba nada. Llegaste al pub para comprobar que tus sospechas eran ciertas: Él estaba allí. No querías montar ningún escándalo dentro del Magdala, así que esperaste un buen rato.>>

No te das cuenta, pero el verdugo te observa desde un ojo de buey y anota tus medidas.

<<Valió la pena. Lo viste salir con un amigo del lugar, y mientras él buscaba las llaves del coche, sacaste el revólver del bolso. Lo tenías todo muy bien preparado.>>

Andas un rato para que no se te duerman las piernas.

<<El primer y el segundo tiro se perdieron en la oscuridad de la noche. Los tres siguientes dieron de lleno en tu víctima, y tú quedaste en shock, intentando disparar la bala que te quedaba, que también fue engullida por la oscuridad. Luego sentiste al agente de policía mientras te detenía. Te sentías francamente mareada.>>


Entra el verdugo, un hombre regordete, trajeado y repeinado. Te pide que te des la vuelta y te esposa, para que luego le sigas.

Al traspasar la puerta, te quedas alucinada mirando aquella horca. Un artilugio tan sencillo... creado para la muerte, y por suerte vives en la patria de William Marwood, padre de las tablas de peso que hacen que vayas a morir instantáneamente. Te pones en la trampilla.

El verdugo, un auténtico caballero inglés, te ata la falda con un cinturón para evitarle vergüenza a tu muerte. Te cubre delicadamente la cara con el capuchón, y te coloca el nudo de la horca bajo la mandíbula izquierda.

Sin tú verlo, el ayudante del verdugo empuja la palanca...


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