martes, 28 de octubre de 2014

La estrella de rubís (Homenaje a Vladimir Komarov)

Prácticamente no querías ni mirar aquel corcel de los cielos, que el gran poder de tu país te había obligado a cabalgar.

Las pruebas y revisiones anteriores indicaban que aquella cabalgadura de metal iba a ser tu ataúd. Pero te sentías con el deber ante tu país y tu mejor amigo, pues si no eras tú iba a ser él el sepultado.

Avanzaste hacia el cohete con paso firme, sin dejar ver tu temor, sin oír a tu amigo reclamar un traje espacial a gritos para sustituirte, pues él también se negaba a aceptar tu destino. Lloró amargamente cuando vio que la nave volaba. No te pudo dedicar ni un simple "adiós".

Los anunciados problemas comenzaron en cuanto llegaste al firmamento. La nave te traicionó negándote la energía que necesitaba para funcionar bien, amén de otros problemas que casi te hicieron perder la cabeza junto a las órdenes contradictorias que te daban por radio.

Cuando te ordenaron regresar a tu tierra, ocurrió lo peor. El calor había estropeado los paracaídas, lo que hizo que cayeras en picado y sin control hacia la mano de la Parca. Te convertiste involuntariamente en una estrella fugaz, y lo último que habitó en tu boca fue una gran maldición dirigida a los que te habían empujado a aquel sarcófago interestelar.


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