Érase una vez un mundo en el que los humanos éramos simples y grises marionetas manipuladas por los medios de comunicación, seres con el cerebro tan atrofiado que sólo éramos capaces de creer a pies juntillas lo que nos contaban nuestros titiriteros, sin conocer el significado de la idea "pensamiento propio".
Los perros no ladraban, y, el cielo, antaño del color del mar, estaba arropado por un manto tejido por el humo de los coches. En el metro, gusano caminante del subterráneo, aquellos habitantes de la jungla de acero, hormigón y ladrillo sólo se comunican a través del teclado del móvil. No recuerdan la melodiosa sonrisa de una niña o la potente y sabia voz del anciano.
La ausencia de cartas ha hecho que los edificios de Correos se conviertan en ruina. Ni siquiera se cumple con el ritual de mandar una postal si vas de vacaciones a Benidorm. En la oficina, todos con traje y corbata, teclean sin cesar el teclado de su ordenador, único compañero de su celda. Un escenario comparable a las fábricas victorianas, que acaba a las 8 de la tarde cuando los trabajadores salen en fila al parking a coger su coche camino a casa. Todo es rutina...
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