Desperté, abriendo los ojos muy lentamente. Sentí un ligero peso sobre mi pectoral izquierdo. Miré hacia allí y descubrí a una mujer. Ahora me acuerdo. Ayer estuve de bares por Aspen, mientras me escondía de la policía, después de fugarme tras las acusaciones de violación y asesinato de no sé cuántas chicas ya. Conocí a una muchacha de pelo largo y negro. ¡Dios, cómo se parecía a mi Stephanie!
Debimos de estar bebiendo hasta acabar desnudos en un motel. Mientras yo la miraba sin atreverme a hacer ningún movimiento para que no se despertara, la observé.
Tenía unas bonitas curvas, y las sábanas permitían ver unos senos prietos, pero bien colocados. Ella tenía un tono de piel normal tirando al del café con leche. No era alta, pero claro, a mí todas las chicas me parecen bajitas por mi altura. Lo único que lamentaba era que no fuese más blanca... Quizá como un cadáver... No estaría mal.
Me moví lentamente y me levanté, intentando no molestarla a ella, y apoyé mis pies en el suelo. El tobillo derecho me dolía por la caída que tuve al saltar desde la ventana de la biblioteca del juzgado. Tenía que buscar algo para... hacerla a ella más atractiva.
Se despertó y gruñó somnolienta:
-¿A dónde vas, Ted?
-A afeitarme, guapetona. Menudas pintas llevo, parezco un mendigo. Sigue durmiendo, ayer bailaste mucho... O eso recuerdo.
Mientras ella volvía a dormir, empecé a andar hacia el cuarto de baño con algo de esfuerzo debido a mi lesión. Una vez allí busqué, hasta darme cuenta de que una tubería pasaba por el techo, en la pared de la bañera. Logré arrancar una sección suficientemente grande para mi idea..
Salí del baño con mi improvisado bate escondido tras la espalda. Ignoraba mi desnudez. Me puse de pie al lado de ella, con la tubería en alto. De repente, ella se despertó y se giró para mirarme, con sus ojos verdes. Se quedó muda, pero sentía su terror, el mismo que le paralizaba. Disfrutaba sobremanera ese momento. Le sonreí y empecé a golpearle en la cabeza.
Gotas de sangre saltaban y empapaban mi cuerpo desnudo, disfrutaba como un salvaje con sus gritos de dolor hasta que al final calló para siempre. Me tumbé a su lado y sonreí. Ahora, bañada en sangre, pálida y con el rigor mortis del terror en su rostro, me excitaba aún más.