domingo, 3 de marzo de 2013

El condenado

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Yoshua miraba absorto al techo. Su pintura blanca mezclada con las luces le dañaban los ojos, de color miel. Pero nada le incordiaba más que las cinchas que le mantenían atado a la camilla de la cámara de la muerte. Tenían un tacto parecido al de los cinturones de seguridad de los coches.

No le molestaban mucho en las piernas, vestidas con unos vaqueros nuevos que un guardia de San Quentin le había llevado a la celda donde todos los que habían pasado el trance por el que él iba a pasar dentro de poco, ni en el pecho, cubierto por una camiseta que le habían dado junto con los vaqueros.

Le molestaban más en los brazos, quizá porque también tenía en cada uno de ellos una aguja conectada a una vía que salía por un orificio de la pared que estaba tras la cabeza de Yoshua y que llevaba a la sala donde en ese momento debían de estar las drogas que le mandarían de una patada junto con ese Dios al que de pequeño le habían enseñado a creer.

Aunque estaba algo idiotizado por la inyección de morfina que le habían dado antes de sacarle de la celda, llegó a escuchar al alcaide de la cárcel leer la orden de ejecución y preguntarle si tenía unas últimas palabras. Yoshua levantó levemente la cabeza y miró a la ventana que había a su derecha, desde la cual veía a los familiares del policía que se había cargado al intentar detenerle por robar en una gasolinera a las afueras de Sacramento. No se molestó en mirar por la ventana que tenía a su izquierda, pues había pedido expresamente que nadie de su familia le viera morir. Negó con la cabeza.

El alcaide le miró con gesto paternal (siempre era así con todos los presos) y asintió mirando hacia la ventana de la pared que había detrás de la cabeza de Yoshua. Empezó a correr por sus venas la primera de las sustancias, el anestésico que haría que todo fuera más llevadero.

Yoshua empezó a orar para sí:

-El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...

Ya no pudo más. El barbitúrico le había dejado dormido y no se iba a enterar de su partida del mundo de los mortales.

 

(Dedicado a J.R.G.L. "Rixa" por cogerle prestado el nombre, la ayuda prestada con lo de las inyecciones contra la ansiedad y la coreción y porque nunca le había dedicado nada)

1 comentario:

  1. Está muy bien, me ha gustado, pero quizas le hace falta un poco mas de angustia, quizas unas lágrimas, algo tetrico, frio, que te haga estar en la camilla. Pero muy bueno.

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