Eran las tres de la madrugada, en los
suburbios de Chicago. El señor Gacy oteaba las calles a la vez que
conducía su coche. Rondaba aquel barrio cual buitre en busca de
carne de muchacho fresca.
¿Qué le quedaba por perder? Su mujer
le había abandonado al encontrar revistas pornográficas de temática
gay en su mesilla de noche. Cogió a las niñas y dio el portazo,
dejándole solo en la casa.
Ahora, él tenía la casa libre para
invitar a chavales a dolorosas citas, noches llenas de sadomasoquismo
y terror, que solían culminar con el huésped ahogado en la bañera
y enterrado en el sótano, que ya empezaba a delatar con su mal olor
que allí pernoctaban los que que están en el descanso eterno.
Mientras estaba inmerso en sus
pensamientos, advirtió la figura de un chaval de pie bajo una
farola. Sus ojos eran verdosos a la luz de aquella bombilla, su pelo
era corto, negro y riado y su piel morena le daba aspecto de árabe.
Arrimó el coche para poner en marcha su plan y le dijo:
-¿Necesitas que te acerque a algún sitio, chico?
-¿Necesitas que te acerque a algún sitio, chico?
-No, gracias. Es usted muy amable.
-Venga, no es conveniente que andes por
aquí a estas horas.
-No se preocupe, sé cuidar de mí
mismo.
El señor Gacy empezaba a ponerse
nervioso.
-¿Cómo te llamas?
-Martin, señor.
-Bien, Martin. Yo me llamo John
Gacy.-dijo mientras salía del coche-¿Eres de Chicago?
-No, señor Gacy. Acabo de llegar hoy
para buscar trabajo, pero no tengo un sitio donde alojarme.
-Bueno, te ofrezco mi casa.
-Señor, insisto en que puedo
buscármelas...
No le dio tiempo a terminar, pues el
hombre gordo que era el señor Gacy le intentó agarrar para intentar
meterle en el coche. Le intentaba coger del cuello, pero Martin pudo
aprovechar la agilidad que le otorgaba el ser joven y pudo girarse
para darle un rodillazo en la entrepierna a su agresor y salir
corriendo, mientras se oía al señor Gacy gritar arrodillado por el golpe <<¡Hijo de
puta!>> a la vez que sentía un sudor frío, calor y un leve mareo.