Dennis caminaba bajo el cielo de su ciudad, o a lo que quedaba de él. Porque él apenas lo había conocido, ya que los rascacielos ya estaban cuando nació. A sus veintiséis años, apenas sabía lo que era una estrella, o la sensación de que el sol te dañara los ojos si lo mirabas directamente. No era apenas capaz de imaginar la esponjosidad de una nube, pues un velo de humo proveniente de las fábricas se encargaba de cubrirlo.
Todo el mundo decía que se vivía mejor, pues había coches que no necesitaban ruedas y trenes que no necesitaban raíles, lo cual evitaba que hiciesen ruido y fuesen más veloces.
Los niños se divertían con videojuegos holográficos de todo género, y desconocían lo que era ir corriendo tras una pelota, tropezarse y levantarse con raspones en las rodillas.
La raza humana había mutado de tal manera que apenas necesitaba oxígeno para vivir, es más, casi les mataba como a los peces.
La música no era creada por compositores, si no que la creaban máquinas. Era monótona y fría como un cubito de hielo.
La gente ya no bebía ni agua, ni zumos, ni cerveza, si no unos líquidos que intentaban imitarlos, y comían unas pastas cuyos envases anunciaban que eran distintas recetas del pasado.
Pero toda esta tecnología tiene sus contras. La gente ya no deseaba relacionarse entre sí.
Se perdió el apetito sexual y la natalidad se desplomó. Por lo tanto, el gobierno tuvo que tomar cartas en el asunto y crear un programa de fecundación in vitro en el que todo varón y mujer mayor de edad y en buen estado de salud estaba obligado a participar bajo pena de cárcel.
Porque cuando las máquinas insensibilizan al ser humano, ni las prostitutas robóticas pueden solucionar el problema del sexo.
Dennis ni siquiera sabía lo que era tocar a una mujer, hacerla vibrar de placer. Él mismo ignoraba saber lo que era recibirlo. Nació dentro del programa de fecundación, y su madre lo rechazó al nacer, como solían hacer todas. Hasta el concepto de familia se había olvidado.
El nombre se lo puso una enfermera del centro, ya experta en esos trances.
Ahora es adulto, trabaja, colabora en el programa de reproducción...
Paró en un puesto de comida, y pidió una pasta de sucedáneo de kebab con patatas. Se sentía realmente hambriento, pues justamente hoy le había tocado realizarse un análisis de sangre para comprobar si seguía siendo idóneo para aportar semen.
Miró al cielo, y volvió a formular la pregunta que se hacía todas las noches.
"¿Cómo eran las estrellas?"
Todo el mundo decía que se vivía mejor, pues había coches que no necesitaban ruedas y trenes que no necesitaban raíles, lo cual evitaba que hiciesen ruido y fuesen más veloces.
Los niños se divertían con videojuegos holográficos de todo género, y desconocían lo que era ir corriendo tras una pelota, tropezarse y levantarse con raspones en las rodillas.
La raza humana había mutado de tal manera que apenas necesitaba oxígeno para vivir, es más, casi les mataba como a los peces.
La música no era creada por compositores, si no que la creaban máquinas. Era monótona y fría como un cubito de hielo.
La gente ya no bebía ni agua, ni zumos, ni cerveza, si no unos líquidos que intentaban imitarlos, y comían unas pastas cuyos envases anunciaban que eran distintas recetas del pasado.
Pero toda esta tecnología tiene sus contras. La gente ya no deseaba relacionarse entre sí.
Se perdió el apetito sexual y la natalidad se desplomó. Por lo tanto, el gobierno tuvo que tomar cartas en el asunto y crear un programa de fecundación in vitro en el que todo varón y mujer mayor de edad y en buen estado de salud estaba obligado a participar bajo pena de cárcel.
Porque cuando las máquinas insensibilizan al ser humano, ni las prostitutas robóticas pueden solucionar el problema del sexo.
Dennis ni siquiera sabía lo que era tocar a una mujer, hacerla vibrar de placer. Él mismo ignoraba saber lo que era recibirlo. Nació dentro del programa de fecundación, y su madre lo rechazó al nacer, como solían hacer todas. Hasta el concepto de familia se había olvidado.
El nombre se lo puso una enfermera del centro, ya experta en esos trances.
Ahora es adulto, trabaja, colabora en el programa de reproducción...
Paró en un puesto de comida, y pidió una pasta de sucedáneo de kebab con patatas. Se sentía realmente hambriento, pues justamente hoy le había tocado realizarse un análisis de sangre para comprobar si seguía siendo idóneo para aportar semen.
Miró al cielo, y volvió a formular la pregunta que se hacía todas las noches.
"¿Cómo eran las estrellas?"
Espero que no dejes de escribir y que esto no sea lo único que lea tuyo. Animo y que la inspiración te acompañe.
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