martes, 2 de abril de 2013

La Estación del Norte

Apoyada en una de las vigas de la estación, vestida con unos sencillos vaqueros y una chaqueta negra con rayas rojas y blancas en los costados, observo el ir y venir de los trenes y el corretear de las maletas, a la vez que oigo las voces de los viajeros y de la megafoníabajo el gran arco verde, a través del cual pasan algunos rayos del Sol que molestan un poco a mis ojos marrones mientras devoro una bolsa de doritos.

Las majestuosas locomotoras que están de paso en la estación, me recuerdan a mis tiempos de chiquilla cuando mi padre, aficionado a los ferrocarriles, me llevaba de excursión a Gandía o Cullera, y si ese día había ganas, a Alcoy. Quizá sea por su culpa por la que, cuando subo a un cercanías, cumplo un silencioso ritual con el tren, como si saludara a mi "yo niña", la que reside en mi mente.


Pero hoy no estoy aquí para subir en ningún tren, sólo he venido a mirar y perderme. Mientras observo a los lejos, mi mente recrea como si viese en una película en blanco y negro el momento en el que el cadáver del genial Sorolla llegó desde Madrid para recibir honores fúnebres en su ciudad natal, historia que me han relatado tantas veces que soy capaz de idealizarla casi sin fallos.


Algún empleado me mira extrañado por no llevar maleta, pero enseguida aparta la mirada, quizá al percatarse de que no soy peligrosa, que sólo estoy allí para deleitar mi vista. No conozco los modelos de los trenes que allí esperan su salida, pero parte de mi infancia reside en esos andenes.


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1 comentario:

  1. Te ha quedado muy bien. Creo que has sabido jugar con la nostalgia, el pasado y el presente. Tus descripciones cortas hacen que el lector pueda jugar mucho con el lugar y encarnar mejor al protagonista de tu relato. Sin nombre, sólo con ropa, esa persona puede ser cualquiera. Está muy conseguido.

    Sigue así.

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