lunes, 11 de noviembre de 2013

El salto del ángel


Llorabas mientras escondías la cabeza entre tus rodillas, resguardándote de la lluvia en la entrada de una vieja iglesia abandonada. Te sentías solo, putrefacto, abandonado.
El problema surgió unos meses antes, cuando tocaste una bombilla nueva y la hiciste explotar sin querer. Días después, empezaste a lanzar rayos. Tus padres te echaron de casa, pensando más en su seguridad que en ayudar a su hijo.

Te alojaste en casas de amigos, pero a la semana te echaban al ver tu maldición, temiendo ser chamuscados por aquel poder que ya te había dejado moraduras en el cuerpo.

Así que tuviste que empezar a hacer vida de calle, con unos guantes de fregar puestos para seguridad del resto de la humanidad, no de la tuya, pues bajo la goma seguían esos incontrolables rayos que te hacían daño.

Todas las noches tenías que buscar un escondrijo para dormir, y por el día rogabas a Dios que te dejara ser normal de una vez.

Volvamos a lo que estábamos. Se te habían acabado las lágrimas, y te levantaste mareado del escalón de ka iglesia.

Empezaste a caminar sin rumbo y a trompicones, como si estuvieras ebrio, olvidando los rugidos hambrientos de tu estómago.

Llegaste a un viejo viaducto por el que no pasaba nadie a esa hora. Miraste a una de las barandillas como ausente. Te acercaste y la acariciaste con tu enguantada mano. Pasaste tu cuerpo por encima de la barandilla, poniendo los pies en el reborde, y miraste por última vez el mundo que te había rechazado, antes de dar el salto que te haría volar a lo eterno, como los ángeles.

martes, 15 de octubre de 2013

Des Plaines (fanfic de John W. Gacy)

Eran las tres de la madrugada, en los suburbios de Chicago. El señor Gacy oteaba las calles a la vez que conducía su coche. Rondaba aquel barrio cual buitre en busca de carne de muchacho fresca.

¿Qué le quedaba por perder? Su mujer le había abandonado al encontrar revistas pornográficas de temática gay en su mesilla de noche. Cogió a las niñas y dio el portazo, dejándole solo en la casa.

Ahora, él tenía la casa libre para invitar a chavales a dolorosas citas, noches llenas de sadomasoquismo y terror, que solían culminar con el huésped ahogado en la bañera y enterrado en el sótano, que ya empezaba a delatar con su mal olor que allí pernoctaban los que que están en el descanso eterno.

Mientras estaba inmerso en sus pensamientos, advirtió la figura de un chaval de pie bajo una farola. Sus ojos eran verdosos a la luz de aquella bombilla, su pelo era corto, negro y riado y su piel morena le daba aspecto de árabe. Arrimó el coche para poner en marcha su plan y le dijo:

-¿Necesitas que te acerque a algún sitio, chico?

-No, gracias. Es usted muy amable.

-Venga, no es conveniente que andes por aquí a estas horas.

-No se preocupe, sé cuidar de mí mismo.

El señor Gacy empezaba a ponerse nervioso.

-¿Cómo te llamas?

-Martin, señor.

-Bien, Martin. Yo me llamo John Gacy.-dijo mientras salía del coche-¿Eres de Chicago?

-No, señor Gacy. Acabo de llegar hoy para buscar trabajo, pero no tengo un sitio donde alojarme.

-Bueno, te ofrezco mi casa.

-Señor, insisto en que puedo buscármelas...

No le dio tiempo a terminar, pues el hombre gordo que era el señor Gacy le intentó agarrar para intentar meterle en el coche. Le intentaba coger del cuello, pero Martin pudo aprovechar la agilidad que le otorgaba el ser joven y pudo girarse para darle un rodillazo en la entrepierna a su agresor y salir corriendo, mientras se oía al señor Gacy gritar arrodillado por el golpe <<¡Hijo de puta!>> a la vez que sentía un sudor frío, calor y un leve mareo.



lunes, 30 de septiembre de 2013

Ángel de sangre (Matthew Shepard)

Te habían engañado haciéndose pasar por otros gays como tú. Posiblemente sólo tenían ganas de sentirse superiores.

Te lograron embaucar diciéndote que te montaras en su coche, que iba a ser una noche entretenida... Pero tú ibas a ser su diversión, un triste muñeco de paja.

Te llevaron a un lugar perdido, y lograron, no sin resistencia tuya, atarte a una reja. Empezaron a azotarte con la culata. Tú llorabas, con el rostro cubierto por aquella máscara sangrienta. Sentías tus huesos crujir mientras ellos se reían de tu desgracia. Así siguieron por un rato largo, hasta que se aburrieron y te dejaron abandonado no sin antes quitarte la cartera y los zapatos.

Parecías un ángel ensangrentado, bello, pero tétrico y con la faz del más puro dolor en tu cara. Quizá te envidiaban por eso, porque parecías un ser celestial al que dejaron tirado en mitad del campo como si fuese un espantapájaros.
 

sábado, 3 de agosto de 2013

Old Sparky

No puedo evitar observarla con terror. Aunque la admiraba a través de la pantalla del ordenador, podía sentir un aura de muerte alrededor de la madera. No podía evitar imaginarla en pleno funcionamiento. 

Sin esas abrazaderas, sería una si,la normal y corriente, como las que podría tener cualquier persona en su casa. Pero le diferenciaban aquellas abrazaderas y esa especie de sombrero que salía del respaldo. 

Debe de ser una pesadilla para el condenado el ser sentado ahí, previo afeitado de la cabeza, atado a los brazos y a las patas y el que le coloquen ese "sombrero" y el electrodo de la pierna. Debe de ser una agonía el esperar a que el verdugo accione el sistema y rezar para que Dios, Alá, Jehová, Buda, Odín o lo que sea se le lleve al más allá sin sufrir el dolor del achicharramiento.

No puedo evitar preguntarme: "¿Cuántos hombres has matado, Old Sparky?"


domingo, 2 de junio de 2013

Noche de espinas

No puedo dormir.

Siento la oscuridad de mi habitación como algo frío sin tu presencia. Sola. Me falta tu pecho para recostarme en él, tus brazos abrazándome, tu calor evitando el cubrirme con una manta.

Esa ausencia hace que sienta deseos de coger un peluche y abrazarlo. Dios, esto de no tenerte cerca es un asco.

No puedo evitar dar vueltas en la cama, como si inconscientemente buscara tu cuerpo. Aunque el meterme música de Nino Bravo en vena tampoco ayuda a solucionar esto. Es más, lo empeora porque no puedo evitar imaginarnos bailando "Te quiero, te quiero".

Todas las noches deseo soñarte, para al menos poder abrazarte y entonar nuestras canciones favoritas en el mundo onírico, pero cuando suena el despertador siento odio hacia él y me invade la tristeza porque me ha alejado bruscamente de ti.

No sé cómo, pero has conseguido que alrededor de mi corazón crezcan espinos, y hace que cada latido, sin tu presencia, me duela.



sábado, 20 de abril de 2013

Noelia

Ella siempre camina por la playa de la Malvarrosa. Gusta de llevar vestidos de falda larga, pero frescos, los pies descalzos y una preciosa melena rizada y castaña que llega hasta su cintura, con algún mechón rozando con su punta los glúteos.

Cuando se sienta en algún banco para disfrutar de la brisa marina, suele observar el mar con sus hermosos ojos grises y permite que el viento acaricie su cabello.

Todo en ella me traía loco, incluida su expresión alegre pero callada.

Desconocía su voz, pero simplemente con verla me había enamorado locamente.

En mis noches de insomnio, soñaba que estaba en la playa, solo, son el sonido de las olas como fondo. Rompía el momento con un inmenso grito, su nombre, escrito en una de las cinchas de su mochila : ¡NOELIA!. 

martes, 16 de abril de 2013

El parque

El calor me atolondraba, así que decidí refugiarme en el fresco abrazo de una sombra, acompañada por una botella de yogur líquido.

Hallé un banco en el parque de la plaza Mansuetos, pegado al antiguo matadero (reconvertido en escuela de música).

Intentaba no pensar en los veintiséis grados que marcaba el termómetro de una farmacia cercana, mientras el aire fresco me arrullaba.

Demasiado calor para esta época del año en Teruel. Además, casi no ha llovido.
He de levantarme para volver a casa, pero mi cuerpo se niega a abandonar este placentero lugar. Me falta echarme a dormir.

martes, 2 de abril de 2013

Bloody Milwaukee (fanfic de Jeffrey Dahmer)

El frío cadáver del muchacho yacía en mi cama, con las extremidades estiradas cual estrella, con la marca del taladro que le había atravesado la sien aún fresca y con sangre correteando. Su rostro dejaba ver que tenía los ojos muy abiertos, congelados en una última mirada de terror y dolor absoluto y con la boca muy abierta, en ese mudo grito que sólo pueden dar los muertos.

Yo observaba desde el umbral de la puerta de mi cuarto, con los pantalones, el pecho (iba descamisado) y mi pelo rubio, ensangrentados. Me había quitado las gafas para no manchármelas en la tarea.

No pude evitar sonreír ante mi obra de arte. Me encantaba... me excitaba aquel cuerpo muerto en mi cama.

Me senté al lado de aquel cuerpo, y después me incliné para que mi figura (bastante larga, la última vez que me medí llegaba hasta el 1,85) sobre él, para hablarle al oído.

-¿Te llamabas Joseph, verdad? Me presentaré. Soy Jeff y voy a hacer que nunca olvides esta noche. De hecho, no querrás salir nunca de mi casa. Joseph, quiero que sepas que te amo y que nunca te dejaré partir. - le dije lenta y sensualmente.

Empecé a besarle el cuello, lentamente pero de un modo intenso, mientras le acariciaba el pecho. Me agradaba esa rigidez, el disfrutar forzando al dueño de aquella carne a satisfacer mis desesos carnales, para luego acabar con su vida con la penetración del taladro en su cráneo.

Empezaba a perderme en mis pensamientos cuando caí en que debía esconder aquel cadáver para disfrutarlo después.

Me levanté a buscar un hacha. Quizá en la nevera...

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La Estación del Norte

Apoyada en una de las vigas de la estación, vestida con unos sencillos vaqueros y una chaqueta negra con rayas rojas y blancas en los costados, observo el ir y venir de los trenes y el corretear de las maletas, a la vez que oigo las voces de los viajeros y de la megafoníabajo el gran arco verde, a través del cual pasan algunos rayos del Sol que molestan un poco a mis ojos marrones mientras devoro una bolsa de doritos.

Las majestuosas locomotoras que están de paso en la estación, me recuerdan a mis tiempos de chiquilla cuando mi padre, aficionado a los ferrocarriles, me llevaba de excursión a Gandía o Cullera, y si ese día había ganas, a Alcoy. Quizá sea por su culpa por la que, cuando subo a un cercanías, cumplo un silencioso ritual con el tren, como si saludara a mi "yo niña", la que reside en mi mente.


Pero hoy no estoy aquí para subir en ningún tren, sólo he venido a mirar y perderme. Mientras observo a los lejos, mi mente recrea como si viese en una película en blanco y negro el momento en el que el cadáver del genial Sorolla llegó desde Madrid para recibir honores fúnebres en su ciudad natal, historia que me han relatado tantas veces que soy capaz de idealizarla casi sin fallos.


Algún empleado me mira extrañado por no llevar maleta, pero enseguida aparta la mirada, quizá al percatarse de que no soy peligrosa, que sólo estoy allí para deleitar mi vista. No conozco los modelos de los trenes que allí esperan su salida, pero parte de mi infancia reside en esos andenes.


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miércoles, 27 de marzo de 2013

La amante cadáver (fanfic de Ted Bundy)


Desperté, abriendo los ojos muy lentamente. Sentí un ligero peso sobre mi pectoral izquierdo. Miré hacia allí y descubrí a una mujer. Ahora me acuerdo. Ayer estuve de bares por Aspen, mientras me escondía de la policía, después de fugarme tras las acusaciones de violación y asesinato de no sé cuántas chicas ya. Conocí a una muchacha de pelo largo y negro. ¡Dios, cómo se parecía a mi Stephanie! 

Debimos de estar bebiendo hasta acabar desnudos en un motel. Mientras yo la miraba sin atreverme a hacer ningún movimiento para que no se despertara, la observé.

Tenía unas bonitas curvas, y las sábanas permitían ver unos senos prietos, pero bien colocados. Ella tenía un tono de piel normal tirando al del café con leche. No era alta, pero claro, a mí todas las chicas me parecen bajitas por mi altura. Lo único que lamentaba era que no fuese más blanca... Quizá como un cadáver... No estaría mal.

Me moví lentamente y me levanté, intentando no molestarla a ella, y apoyé mis pies en el suelo. El tobillo derecho me dolía por la caída que tuve al saltar desde la ventana de la biblioteca del juzgado. Tenía que buscar algo para... hacerla a ella más atractiva.

Se despertó y gruñó somnolienta:

-¿A dónde vas, Ted?

-A afeitarme, guapetona. Menudas pintas llevo, parezco un mendigo. Sigue durmiendo, ayer bailaste mucho... O eso recuerdo.

Mientras ella volvía a dormir, empecé a andar hacia el cuarto de baño con algo de esfuerzo debido a mi lesión. Una vez allí busqué, hasta darme cuenta de que una tubería pasaba por el techo, en la pared de la bañera. Logré arrancar una sección suficientemente grande para mi idea..

Salí del baño con mi improvisado bate escondido tras la espalda. Ignoraba mi desnudez. Me puse de pie al lado de ella, con la tubería en alto. De repente, ella se despertó y se giró para mirarme, con sus ojos verdes. Se quedó muda, pero sentía su terror, el mismo que le paralizaba. Disfrutaba sobremanera ese momento. Le sonreí y empecé a golpearle en la cabeza. 

Gotas de sangre saltaban y empapaban mi cuerpo desnudo, disfrutaba como un salvaje con sus gritos de dolor hasta que al final calló para siempre. Me tumbé a su lado y sonreí. Ahora, bañada en sangre, pálida y con el rigor mortis del terror en su rostro, me excitaba aún más.

 

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domingo, 10 de marzo de 2013

El mejor amigo

Te daban igual las húmedas y frías noches del invierno levantino, mientras intentabas saltar por la verja del jardín del que eras sultán en el centro de Valencia.

Desde que tu amo falleció, sentías que ése no era tu sitio, si no que preferías ir al Cementerio General a velar su tumba, algo que tu canino pensamiento te marcaba como un deber.

Cuando recorrías la ciudad cubierto por el manto de Nut, recordabas cómo había sucedido todo.

Un día lluvioso dejaste de recibir las caricias en la cabeza que te prodigaba tu mejor amigo, que se podrían traducir como un”¡Bon día, Jordi!”, y le viste partir en un ataúd de madera, Viste cómo le subían a un carro tirado por ocho caballos (“Cuan més diners, més animals” dicen por tu tierra, y tu amo era persona de dineros), seguido por más humanos con gesto compungido y todos vestidos de negro. Saliste corriendo tras los carros, pero un lacayo se dio cuenta y cerró la verja.
Te quedaste aullando como despedida y llorando de dolor.

Volvamos al presente. Llegaste al cementerio a tiempo para colarte por la puerta sin que los guardias te vieran, y fuiste derecho a la tumba de tu amo. Ya te sabías a la perfección el camino.
Te dolía el hecho de que un monumento de piedra te separara de tu amo. Ya no le podías dar lametones somo cuando jugabais en el jardín.

Te echaste sobre las escaleras del panteón, y miraste a las estrellas.

Algo te decía que sería tu última noche en ese sitio, cuidando a tu amo... Te pareció oír su voz llamándote “¡Jordi, Jordi...!”. Tenías somnolencia, y apoyaste la cabeza en uno de los escalones, sin saber que ibas al sueño infinito de la eternidad para volver a verle.



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martes, 5 de marzo de 2013

Peter

Perdiste el miedo a aquel frío y alambrado muro, siempre vigilado por soldados armados. Lo observabas junto con tu amigo, con el que habías tramado un plan para saltarlo para volar a la libertad, desde una carpintería cercana a una sección de un muro paralelo que estaban construyendo.

Ambos “espiábais” al soldado que vigilaba ese tramo, joven como vosotros, quizá sólo un mandado de alguien más poderoso, que tampoco sabía que iba a entrar en la Historia.

Cuando él dio la espalda al punto por el que planeábais pasar, os levantasteis corriendo y conseguisteis saltar el muro en construcción, pero cuando ibas a escalar el siguiente tras tu amigo, el soldado se giró y te vio.

Su puntería no fue muy certera, pues te dio en la pelvis, lo que te hizo caer al lado contrario de una manera que para nada hubieses deseado.

Diste con tu espalda en el suelo y empezaste a llorar, sintiendo cada punzada de dolor intensamente y cómo tu vida se escapaba en esas alas sangrientas que se dibujaban en el asfalto.

Te quejabas y gritabas, mientras ni soldados del lado occidental ni los habitantes hacían nada por ayudarte. Les mirabas con rostro suplicante, y nada. Al cabo de una hora volaste hacia la libertad. Uno de los militares que te negaron su auxilio te cogía en brazos y te llevaba de vuelta al este del muro, y en su rostro se leía un cargo de conciencia, mientras que de fondo se oía a los habitantes gritar “¡Asesinos, asesinos!”

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domingo, 3 de marzo de 2013

El condenado

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Yoshua miraba absorto al techo. Su pintura blanca mezclada con las luces le dañaban los ojos, de color miel. Pero nada le incordiaba más que las cinchas que le mantenían atado a la camilla de la cámara de la muerte. Tenían un tacto parecido al de los cinturones de seguridad de los coches.

No le molestaban mucho en las piernas, vestidas con unos vaqueros nuevos que un guardia de San Quentin le había llevado a la celda donde todos los que habían pasado el trance por el que él iba a pasar dentro de poco, ni en el pecho, cubierto por una camiseta que le habían dado junto con los vaqueros.

Le molestaban más en los brazos, quizá porque también tenía en cada uno de ellos una aguja conectada a una vía que salía por un orificio de la pared que estaba tras la cabeza de Yoshua y que llevaba a la sala donde en ese momento debían de estar las drogas que le mandarían de una patada junto con ese Dios al que de pequeño le habían enseñado a creer.

Aunque estaba algo idiotizado por la inyección de morfina que le habían dado antes de sacarle de la celda, llegó a escuchar al alcaide de la cárcel leer la orden de ejecución y preguntarle si tenía unas últimas palabras. Yoshua levantó levemente la cabeza y miró a la ventana que había a su derecha, desde la cual veía a los familiares del policía que se había cargado al intentar detenerle por robar en una gasolinera a las afueras de Sacramento. No se molestó en mirar por la ventana que tenía a su izquierda, pues había pedido expresamente que nadie de su familia le viera morir. Negó con la cabeza.

El alcaide le miró con gesto paternal (siempre era así con todos los presos) y asintió mirando hacia la ventana de la pared que había detrás de la cabeza de Yoshua. Empezó a correr por sus venas la primera de las sustancias, el anestésico que haría que todo fuera más llevadero.

Yoshua empezó a orar para sí:

-El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...

Ya no pudo más. El barbitúrico le había dejado dormido y no se iba a enterar de su partida del mundo de los mortales.

 

(Dedicado a J.R.G.L. "Rixa" por cogerle prestado el nombre, la ayuda prestada con lo de las inyecciones contra la ansiedad y la coreción y porque nunca le había dedicado nada)

jueves, 17 de enero de 2013

Bob's Jamaica



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​Una playa jamaicana, de aguas cristalinas, arena blanca y palmeras que regalan una gran sombra. En la orilla hay una sencilla cabaña de madera cuya silueta es iluminada por el amanecer. El dueño ha procurado pintar las vigas de verde, amarillo y rojo, los colores de la bandera etíope, que quedan algo solitarios sin el león de Judá. Del techo de la entrada cuelga una jaula con tres pajaritos que cantan con dulce voz.

​De repente, sale el dueño. Le echas de veinticinco a treinta años, piel muy morena y el pelo hecho rastas. Viste un pijama azul marino. Te ve y te sonríe con una sonrisa transmisora de paz interior y tranquilidad. Te acercas y ambos os sentáis en un banquito que hay al lado de la puerta, mientras él saca tabaco, papel de liar y y filtros y empieza a liarse un cigarro.